23 de junio de 2012

Definitiva soledad



¿Oyes el mar?
Eternamente estaremos escuchándolo.
Lo llevaremos dentro como la sangre, como la paz
como te llevo a ti misma.
Todo, todo irá acabando: la tristeza, la vida,
la soledad tan grande en que me has dejado.
Sólo el mar, amor mío, el mar sigue existiendo.
Me asomo: lo contemplo desde esta tarde lenta,
desde esta fría y herrumbrosa baranda
adonde no te asomas.



Amor, no estás conmigo. ¿Ves el silencio en torno?
Baja como las olas, 
me roza como el río de tu piel,
se aleja para siempre.
Tú, mar, eterno mar de mi sueño,
sueño ya tú, lejano, irremediable. 


Sólo la tarde existe;
existe y va muriendo. 


Escucha, amor, te voy nombrando
como te nombra el mar. Algún abismo
se quiebra no sé dónde, y este mar que respiro 
                                                                no es el mío


Este mar que era nuestro 
me mira indiferente. Quisiera levantarme 
como un viento tremendo
y sacudir las velas, descerrajar los brazos,
morirme a chorros.
Pero sólo el silencio. Yo, acodado en en el aire, 
contemplo tu recuerdo. 
No hay más que arena.
La ciudad, a lo lejos, se desdibuja. 
Es un humo borroso como el olvido.
Ahora estiro los brazos y te busco. 
Aquí están nuestras rocas. El mar se mira en ellas;  
también te busca. 


Una estrella de mar va acariciando mi sombra: 
mi sombra que, sin la tuya, no es más que un pozo seco. 
Esta tarde es como media vida: la media que me falta. 
                                                La que tú te has llevado.
No, no has venido. 
Eternamente no vendrás. Caerán constelaciones,
se hundirán montes, siglos, tempestades, 
y no vendrás. Y yo estaré mirando 
lo que nos une todavía: el mar.
Un buque remotísimo buscará el horizonte;
pasará una pescador con sus cañas al hombro.
Sólo tú no vendrás. 
No vendrás nunca. 
                                               de José Albi

No hay comentarios:

Publicar un comentario